La reina Sofía, el ex presidente del Gobierno Felipe González y Miquel Roca y Miguel Herrero, padres de la Constitución, recibieron, el viernes 21 de noviembre, el Toisón de Oro, la más alta distinción que concede la Casa Real y cuya historia se remonta a casi seis siglos atrás. La condecoración fue entregada por Felipe VI, coincidiendo con el aniversario de los 50 años de la vuelta de la democracia a España, transición en la que tanto Roca como Herrero jugaron un papel clave.
El protocolo indica que esta exclusiva condecoración solo puede ser concedido por el Rey de España, siendo la máxima de la Casa Real española. La orden tiene dos ramas: la española, dependiente de la Casa de Borbón, y la austriaca, dependiente del jefe de la Casa de Habsburgo.
La Insigne Orden del Toisón de Oro es una orden de caballería fundada en 1429 por el duque de Borgoña y conde de Flandes, Felipe III de Borgoña. Es una de las órdenes de caballería más prestigiosas y antiguas de Europa, y está muy ligada a la dinastía de los Habsburgo y a las coronas de Austria y España. El actual gran maestre de la rama española es Felipe VI, rey de España, y el actual de la rama austriaca es Carlos de Habsburgo-Lorena, jefe de la Casa de Habsburgo. Llevan anexo el tratamiento de Su Excelencia o Excelentísimo/a Señor/a, siempre que su titular no posea otro de mayor rango.
Los miembros de la orden gozan de nobleza personal y tienen el privilegio de añadir un manto heráldico rojo a su escudo de armas.
El Collar de Toisón no es hereditario y tras la muerte de su titular debe ser devuelto a la Orden en un plazo máximo de tiempo.

Protocolo del evento
La entrega del Toisón de Oro a la reina Sofía, celebrada en el Salón del Trono del Palacio Real y enmarcada en el 50º aniversario de la restauración de la monarquía, ha sido, hasta el momento, uno de los actos más simbólicos del reinado de Felipe VI. La ceremonia arrancó con la solemnidad habitual: disposición impecable, protocolo milimétrico y un rey Felipe que, al imponer la insignia a su madre, ha mantenido la compostura y la formalidad propias de una gran cita institucional. La parte más protocolaria se desarrolló según lo previsto. Las miradas entre la homenajeada y su hijo, los gestos atentos de la reina, y la presencia de la princesa Leonor y la infanta Sofía ofrecían pequeños destellos de familiaridad en un marco que en apariencia parecía frío. Como han indicado los medios, no hubo besos ni abrazos en ese momento, pero sí un intercambio silencioso de complicidades que se manifestaban en microexpresiones y gestos suaves, especialmente de doña Letizia hacia su suegra.
Sin embargo, el ambiente dio un giro al trasladarse a la “Saleta de Gasparini”, espacio donde, tras saludar al centenar de invitados, la familia dejó atrás la rigidez ceremonial y aparecieron los gestos afectivos. Leonor rompió el corsé del protocolo, el cual india que deben salir primero los Reyes, después la heredera y, por último, la infanta, Este paso se vio alterado puesto que Leonor opto por esperar a su abuela y salir abrazada a ella.
Analizando el lenguaje no verbal, en el salón, se acumulaban ya los abrazos, los besos y las sonrisas cómplices entre la familia real, dibujando una imagen completamente distinta a la del inicio del acto. Es en este segundo escenario donde entra en juego el análisis del experto en comunicación no verbal Cristian Salomoni, director del Instituto Internacional de Análisis de la Conducta.
Uno de los elementos más potentes, señala Salomoni, reside en la presencia conjunta de tres generaciones femeninas de la familia real. Comparten espacio y también un diálogo cromático evidente: el rosa suave de doña Letizia y de la reina Sofía frente al rojo intenso de la princesa Leonor, que se convierte en un punto focal deliberado. El color la subraya, la sitúa y la destaca como heredera en formación, una figura que necesita construir visibilidad propia dentro de la narrativa institucional.
La interacción entre Sofía, Felipe VI y su hija mayor completa un «relato de transmisión simbólica de valores y legitimidad»: la mirada seria pero afectuosa de la reina emérita hacia su hijo, y la atención tranquila de Leonor al fondo, generan una escena que encapsula legado y aprendizaje. En Gasparini, la imagen se redondea con los diversos gestos que hablan por sí solos: por ejemplo, el abrazo de Letizia y su suegra, la atención constante de la infanta Sofía y el cariño que Sofía recibió en el besamanos, donde no dejó de recibir muestras de afecto.
A nivel institucional, el discurso de Felipe VI reforzó esa narrativa familiar y política. “Gracias por una vida entera de servicio ejemplar y de lealtad a España y a la Corona”, dijo, subrayando la importancia del compromiso sostenido de su madre, su papel en la vertebración social y su cercanía con distintas generaciones de españoles. Unas palabras que conectaron con el tono íntimo que tomó después la reunión familiar, donde los gestos hablaron con más claridad aún que las frases oficiales. Lo que empezó como una ceremonia estricta terminó convertido en una escena cargada de detalles personales.

Los orígenes y el mito
La distinción consiste en un collar de oro con las armas de los duques de Borgoña. Al final del mismo cuelga un vellocino de oro, un carnero propio de la mitología griega que representa la prosperidad y el heroísmo, en homenaje al mito de Jason y los Argonautas. Según cuenta la leyenda, para ser rey el héroe griego Jason debía conseguir el toisón o vellocino (la piel de oro de un carnero), que se encontraba colgada en un árbol en la Cólquida (la zona del Cáucaso), y que permanecía custodiada por una serpiente.
Jasón viajó hasta la Cólquida acompañado de un grupo de marineros en la nave Argo: los Argonautas. Cuando llegó allí, el rey de la Cólquida le impuso una serie de pruebas para poder llegar hasta el vellocino: uncir a unos toros salvajes, arar con ellos un campo y sembrarlo de dientes. Tras cumplir las pruebas, y ayudado por la bruja Medea, Jasón logró derrotar a la serpiente y tomar el vellocino de oro. Al regresar a su tierra junto a los argonautas, logró ser nombrado rey.

Analizando el tiempo, el mito ha perdurado en la tradición europea como una historia de heroísmo, valentía, astucia y sacrificio, por lo que al fundar la orden, el duque Felipe III de Borgoña lo eligió para este reconocimiento, ya que además el carnero era el animal simbólico de su lugar de nacimiento, la ciudad de Brujas (Bélgica).


